«Sólo en los últimos 50 años el agua ha sido vista como un recurso escaso para la humanidad. En la medida que su consumo ha ido creciendo a ritmos insostenibles en relación con la real disponibilidad, el problema de deterioro de las cuencas hidrográficas del mundo es creciente».
Así comienza la introducción del estudio “El cambio climático y los recursos hídricos de Chile. La transición hacia la gestión del agua en los nuevos escenarios climáticos de Chile”, dirigido por el investigador Fernando Santibáñez Q., Profesor de agroclimatología del Departamento de Ingeniería y Suelos, de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile, publicado por la Oficina de Estudios y Políticas Agrarias (Odepa), del Ministerio de Agricultura.
«El agua cumple tres roles esenciales para la sostenibilidad del desarrollo mundial: aseguramiento de la salud humana, desarrollo económico y sustentación de importantes ecosistemas. Más del 70% de los recursos hídricos en el mundo se usan para producir alimentos, de modo que una crisis del agua necesariamente repercutirá en el abastecimiento de alimentos y el precio de éstos. Las evidencias de que la humanidad enfrentará un cambio climático son cada vez más claras, en la medida en que ellas se van presentando ante nuestros sentidos.
«La presencia de los 7.300 millones de personas que pueblan en la actualidad el planeta, consumiendo diariamente 90 millones de barriles de petróleo, 11.5 Km3 de agua dulce y 6.8 millones de m3 de madera, está llevando a la biosfera a una situación crítica cuya huella ya no parece borrarse por sí sola. Los océanos se han ido llenando de basura, las aguas continentales agotando y degradando en su calidad, y la atmosfera absorbiendo las casi 1.000 toneladas por segundo de gases de efecto invernadero, lo que está provocando un calentamiento en torno de los 0.2°C cada 10 años. Junto con esto, los bosques del mundo, que son los grandes reguladores del clima, se siguen extinguiendo en las regiones tropicales, bajo la sierra y el fuego, a razón de 24 ha por minuto (13 millones de hectáreas por año).
«Frente a toda esta desenfrenada acción humana, están surgiendo los signos inequívocos del estrés que está sufriendo el planeta. Toda esta actividad, pareciera estar dejando huellas indelebles sobre la faz de La Tierra, siendo prácticamente imposible que una intervención de esta magnitud no tenga efectos en el comportamiento de la atmósfera y en los principales ciclos biogeoquímicos, como el ciclo del agua, del carbono y del nitrógeno. Los cambios que sufrirá el escenario climático mundial serán uno de los grandes desafíos que enfrentará la humanidad en este siglo. Los cambios permanentes (a escala humana) que podría sufrir el clima de las diferentes regiones del mundo, exigirán importantes acciones de adaptación para reducir los riesgos naturales, mantener la capacidad de producir alimentos, evitar la degradación de los ecosistemas, las extinciones de especies, el agotamiento del agua dulce, la degradación de los suelos y un potencial desequilibrio biológico que afectaría a los ecosistemas naturales, agrícolas y a la salud humana.
«El cambio climático se ha venido manifestando desde hace un siglo en el territorio chileno, habiéndose producido una cierta aceleración en la aparición de los síntomas a partir de los años 80. La manifestación de este proceso es bastante coherente con lo que pronostican los modelos regionales disponibles: una disminución gradual de las precipitaciones totales anuales, un aumento sostenido de las temperaturas máximas y mínimas en regiones interiores, un refrescamiento de las temperaturas diurnas en zonas costeras, una elevación de las isotermas afectando a las reservas de nieves en la cordillera de Los Andes y un ligero cambio de estacionalidad de las precipitaciones. Se agregan a estos síntomas un aumento en la frecuencia de temperaturas elevada principalmente en verano, un aumento en la frecuencia del granizo y de las heladas de origen polar, un aumento en la intensidad de las precipitaciones.
«Varios otros síntomas secundarios podrían aparecer en las próximas décadas, como un aumento de la persistencia y cobertura de la nubosidad costera, aumento del viento, de las tormentas convectivas y de la humedad del aire. Las consecuencias hidrológicas se reflejarán en un aumento en la escorrentía invernal, disminuyendo la estival. Todo esto va en la misma dirección, cual es la de instalarse un clima algo más amenazante para la agricultura, más inestable y estresante.
«En síntesis, el mayor desafío en materia de cambio climático para Chile lo representa la gestión de un recursos estratégico, como es el agua. La aridización de una parte importante del territorio será una consecuencia conjunta de una cierta disminución de las precipitaciones, la cual será más notable en zonas costeras, más atenuada en regiones interiores y probablemente imperceptible en zonas andinas, como lo han venido sugiriendo las tendencias recientes.
«La COP 21 enfatiza la necesidad de avanzar hacia una “agricultura limáticamente inteligente”, es decir, una actividad que entre en sintonía con los cambios globales, con mínima huella ambiental, altamente eficiente en el uso de insumos, altamente resiliente, productiva y sostenible. “Para hacer esto posible, será necesario conocer profundamente las singularidades sociales, ambientales y culturales de cada grupo humano, de sus necesidades y sus saberes. Agregar inteligencia a la agricultura es mucho más que agregar tecnología, es diseñar sistemas que aprovechen al máximo los recursos y las capacidades locales, evitando desequilibrios que a la larga son de alto costo de mantención”.
-Ver estudio El cambio climático y los recursos hídricos de Chile