Como presidente y cofundador de las International Wineries for Climate Action (IWCA), y tras crear el programa Torres & Earth para contribuir a mitigar el calentamiento global y promover la adaptación al nuevo escenario climático, Miguel A. Torres, centra ahora su labor en concienciar al sector vitivinícola y a la sociedad en su conjunto de la necesidad de actuar frente a la crisis climática, asuntos a que se refiere en entrevista al medio elconfidencial.com
—Como está observando la evolución del cambio climático desde el cultivo del viñedo, ¿es cierto que los impactos se están acelerando?
–Lo vemos cada año, pero en 2022 se han batido todos los récords y la viticultura se va haciendo cada vez más difícil. Las tormentas son más fuertes, las sequías más extremas, las heladas primaverales y las olas de calor más frecuentes, también hay más incendios… Siempre digo que la viña se parece en cierto modo a los canarios que antiguamente llevaban consigo los mineros al bajar a la mina cuando había peligro de grisú: si el canario se asfixiaba había que salir rápidamente al exterior. El sector del vino está sufriendo las consecuencias climáticas mucho antes que cualquier otro sector.
—Sin embargo, y pese a esa constatación, siguen siendo pocas las bodegas que están emprendiendo labores de adaptación y mitigación
–Queda camino por recorrer, pero por suerte las cosas están cambiando y cada vez somos más las bodegas que nos esforzamos en reducir nuestra huella de carbono. El tema es que debemos actuar ya, no podemos esperar, y debemos hacerlo de una manera decidida y con inversión. En nuestro caso, desde que pusimos en marcha la estrategia ambiental Torres & Earth, en 2008, hemos invertido 18 millones de euros en medidas de mitigación y adaptación, como la compra de terrenos en altura y proyectos de reforestación. Ya hemos reducido más del 35% las emisiones de CO₂ por botella en todo el alcance, desde la viña al consumidor. Nuestro objetivo es llegar al 60% en 2030 y convertirnos en una bodega de emisiones cero netas antes de 2040.
—En 2019, fundó junto a otras bodegas del mundo la International Wineries for Climate Action (IWCA) para promover la reducción de las emisiones de carbono en el sector vinícola. ¿Qué acogida está teniendo esta iniciativa?
–Muy buena. Arrancó poco a poco, pero ahora ya somos unas 80 bodegas de 10 países diferentes. Lo importante aquí es que tenemos un enfoque científico y unos objetivos ambiciosos de reducción de emisiones que deben ser auditados cada año, o cada dos años en el caso de las bodegas pequeñas. Y tenemos una certificación que lo avala. Somos un grupo de trabajo colaborativo en el que se comparten experiencias y conocimientos para avanzar juntos y de manera más efectiva hacia la descarbonización del sector a nivel global. También hemos sido la primera organización agrícola en ser admitidos a la iniciativa Race to Zero de las Naciones Unidas.
—Muchos bodegueros pueden pensar que su actividad no está entre las principales causas del aumento de las emisiones y que, por lo tanto, son otros los que deben liderar la respuesta al cambio climático.
–Estamos inmersos en una crisis climática sin precedentes. Hay que actuar en todos los sectores y a todos los niveles. El sector del vino es uno de los grandes afectados, ya que, como decía antes, el cultivo de la viña se está haciendo cada vez más difícil y esto puede llegar a afectar la calidad de los vinos. Precisamente creo que el sector del vino tiene la oportunidad de abanderar esta lucha climática con iniciativas conjuntas como las IWCA y ser un ejemplo para otros.
—Además de la incorporación del riego, el cambio de variedades y otras técnicas de cultivo, muchos están desplazando sus viñedos en altura, ¿acabaremos cultivando la vid en las cumbres de las montañas?
–Espero que no llegue a tanto, pero está claro que los viñedos se irán desplazando a mayor altura (y también a otras latitudes) para compensar el aumento de temperaturas. Por cada 100 metros de altura, desciende casi un grado la temperatura y esto favorece la maduración pausada de las uvas. Una de las consecuencias del calentamiento global, es que las vendimias se avanzan y esto puede provocar un desequilibrio en la maduración de los diferentes componentes de la uva. Nosotros ya tenemos viñedos en Tremp, en el prepirineo, a 950 metros de altura, y la calidad es muy buena, y otras fincas a 1.100 metros en las que todavía no estamos plantando porque hace demasiado frío, pero no creo que tardemos en hacerlo. Sin embargo, estas viñas en altura tienen una dificultad añadida, ya que están más expuestas al granizo y esto nos obliga a instalar redes antigranizo para proteger la vendimia, lo que encarece la gestión del viñedo.
—¿Es posible que el cambio climático acabe provocando que los sabores con los que identificamos ahora las principales DO de nuestro país cambien para siempre?
–Los vinos serán diferentes porque cambiarán las variedades que podamos cultivar en determinadas zonas. En algunas zonas, podríamos introducir monastrell en vez de tempranillo, y tempranillo en vez de pinot noir. Pero ya no serán los vinos a los que los consumidores están acostumbrados. Las DO deberán adaptarse y autorizar nuevas variedades. También cambiará el mapa de las DO porque surgirán nuevas zonas para el cultivo de la vid y algunas de las actuales podrían desaparecer.
—¿Qué tiene que cambiar en los sectores productivos y en la sociedad en su conjunto para conseguir reducir las emisiones de carbono y no sobrepasar esos 1,5 grados de calentamiento global y evitar así los peores escenarios?
–Ya es prácticamente seguro a estas alturas que el Acuerdo de París, de limitar el aumento de las temperaturas a 1,5 o máximo dos grados a finales del siglo XXI, será imposible. Seguimos teniendo una enorme dependencia de los combustibles fósiles, y el 81% del total de la demanda energética de energía primaria mundial corresponde al petróleo, al carbón, y al gas. En el caso del petróleo, el consumo supera los 100 millones de barriles al día. Y además, las empresas del petróleo reciben subsidios a escala mundial, del orden de 400.000 millones de dólares, con el fin de evitar el incremento de la inflación. Así que lo primordial es dejar de depender de los combustibles fósiles y utilizar energías renovables. También ayudaría si disminuimos el consumo de carne de nuestra dieta y reducimos el uso de plásticos.
—La revista Science publicó en 2019 un informe que destacaba la reforestación como una de las estrategias más efectivas para la mitigación del cambio climático. Una acción que promueven desde la IWCA.
–La plantación de árboles es, hoy por hoy, lo más eficaz que se puede hacer para conseguir disminuir esta capa de gases de efecto invernadero (GEI) que tenemos en la atmósfera, y que proceden sobre todo de la combustión de la gasolina, el carbón y el gas. Habría que plantar 500.000 millones de árboles para conseguir bajar un 25% estos GEI, que ascendían a finales del año pasado a 421 ppm [partes por millón] contra 270 ppm a finales del siglo XIX. Muchos países están haciendo esfuerzos en este sentido, muchas empresas también. En nuestro caso, queremos plantar dos millones de árboles en los próximos años, especialmente en Chile, donde disponemos de extensas fincas y también en España.
(elconfidencial.com)