El panorama vinícola mundial se encuentra en un punto de inflexión. Con bodegas llenas y viñedos rebosantes, la industria enfrenta un reto sin precedentes: un exceso de producción que supera con creces la demanda. Este fenómeno no solo afecta a los productores, sino también a la economía y la cultura de numerosos países con tradición vitivinícola.
En Chile, las exportaciones han caído más del 25% en 2023, y los productores medianos y pequeños están con vinos en bodega con dificultades para venderlos. El consumo interno también registra bajas debido a la crisis económica y alta inflación.
En Argentina, también se resienten las exportaciones y el consumo interno ha bajado este año en razón de una crisis política y económica que marca un “desorden” general en un año electoral.
En Australia, cifras de Rabobank indican que se acumulan alrededor de 2.150 millones de litros de vino sin destino. Esta abrumadora cantidad ha llevado a los productores a mirar más allá de sus fronteras, buscando colocar vino a granel en mercados internacionales, señala nota de vinetur.com
Europa, con su rica tradición vinícola, tampoco se salva de este desafío. Francia ha implementado medidas drásticas. Con un presupuesto de doscientos millones de euros, busca adquirir el exceso de vino para su posterior destilación y transformación en alcohol industrial. Este paso, más allá de ser una solución, busca mantener la estabilidad en los precios locales.
Mientras tanto, en España, la icónica región de Rioja enfrenta también un exceso sin precedentes. Numerosas bodegas, algunas con décadas o incluso siglos de historia, están al borde de una crisis financiera sin precedentes debido a la merma en la demanda.
Estados Unidos muestra síntomas similares. En el próspero estado vinícola de California, grandes volúmenes de vino esperan comprador, mientras que en Washington, se registra un exceso en las hectáreas destinadas al cultivo de la vid.
Los excesos en la producción vinícola no son algo reciente. A lo largo de la historia, la naturaleza cíclica de la producción agrícola ha llevado a periodos de excedente. Sin embargo, la magnitud de la situación actual es distinta. Políticas gubernamentales, como el aislamiento del vino australiano del mercado chino o las medidas europeas que propiciaron la sobreproducción en el pasado, han contribuido, pero no son el único factor.
La esencia del problema radica en un cambio en el consumo. A pesar de que la producción sigue en aumento, hay menos aficionados dispuestos a disfrutar de una copa de vino.
Una investigación de la OIV destaca que, durante 20 años hasta 2007, el consumo de vino experimentó un crecimiento sostenido. Pero, tras la crisis financiera global y más recientemente con la pandemia de la COVID-19, esta tendencia se truncó, mostrando una clara regresión a niveles de comienzos del milenio.
Expertos buscan explicar este fenómeno, argumentando que las generaciones juegan un papel importante en este cambio. Mientras la generación Baby Boomer tuvo un papel vital en el auge del consumo de vino, las generaciones siguientes no han mostrado el mismo entusiasmo. Además, a medida que los Baby Boomers envejecen, su consumo disminuye, y las nuevas generaciones no logran compensar este descenso.
A esto hay que sumar los conflictos bélicos en Ucrania y ahora en el Medio Oriente, lo que afectan las transacciones comerciales y el “normal” ritmo de los hábitos de consumo a nivel global.
El panorama, aunque sombrío, no es definitivo. El sector vinícola tiene la capacidad de adaptarse y evolucionar. Sin embargo, las soluciones requieren de una reflexión colectiva, creatividad y, sobre todo, acción decidida por parte de productores, gobiernos y todas las entidades relacionadas. Es imperativo que se tomen medidas para garantizar la sostenibilidad y el futuro de una industria tan arraigada y fundamental en muchas culturas alrededor del mundo.
(Alejandro Tumayan – todovinos.cl / vinetur.com)