El desastre de los incendios forestales ya lleva una semana dejando a su paso muertes, destrucción de viñas, campos, bodegas, casas y también la destrucción de la vida de miles de familias rurales de la zona centro sur del país.
A la muerte de tres brigadistas ocurrida anteriormente, esta semana fallecieron dos bomberos, dos carabineros y otra persona en Santa Olga, pueblo de la Región del Bio Bío que fue totalmente destruido por las llamas, con más de mil casas quemadas en su totalidad.
Las viñas afectadas se concentran en Cauquenes, ribera del río Maule, Colchagua e Itata. El número de viñedos quemados es indeterminado, presumiblemente más de 200 propiedades destruidas por las llamas total o parcialmente. Muy lamentable es el siniestro de decenas de campos en Cauquenes, Nirivilo, Itata y Colchagua de viñedos de uva País con más de cien años, un patrimonio que no se recupera jamás.
Lo peor es que esta pesadilla no ha pasado. Decenas de focos de incendio surgen a cada día, y las altas temperaturas e intenso viento propagan el fuego a decenas y cientos de kilómetros. Si los incendios son intencionales o no, aún no se puede determinar a cabalidad, pero las características de los siniestros indican que así es, que hay intencionalidad por detrás de esta catástrofe.
Pero el desastre forestal está instalado en el país hace varias décadas. Los incendios han evidenciado la irracionalidad de la política de Estado vigente desde 1974, que privilegia y subsidia las plantaciones de pinos y eucaliptos por parte de privados, quienes no han escatimado en nada para plantar monocultivos en toda la zona central y sur del país, subiendo cerros, fulminando el bosque nativo, plantando cerca de lugares habitados, al lado de carreteras, cerca de grandes ciudades, etc. Al parecer no hay límites, plantan sus mal llamados “bosques” en todas partes, y no es para menos, pues 75% de los costos de inversión lo pagamos todos los chilenos, ya que a través del Decreto Ley 701, el Estado de Chile subvenciona con 75% la inversión de las plantaciones de pinos y eucaliptos. O sea, a las empresas forestales les sale casi gratis hacer esa “inversión”, cuyos retornos y utilidades se las quedan sólo ellos.
La catástrofe en que está sumido el campo chileno es de dimensiones proporcionales al gran desierto verde de estos monocultivos que han invadido la zona centro sur de Chile.
Pueda ser que la pérdida de vidas y tanta destrucción en los campos al menos sirvan para acabar con esta realidad forestal nefasta para el país. Pueda ser que se derogue definitivamente el DL 701 y se elabore y promulgue una nueva legislación forestal moderna y sin privilegios y sí con deberes, sobre todo para las grandes empresas forestales (Arauco y Mininco/CMPC) propietarias de 70% de las plantaciones de pinos y eucapiltos en el país.
No hay palabras para graficar el dolor de miles de pequeños agricultores que han perdido parcial o totalmente sus viñas, cultivos, animales, campos, bodegas y casas. Pero si uno mira bien las zonas siniestradas, todas están totalmente cercadas por plantaciones de pinos y eucaliptos, especies foráneas que han sustituido a los bosques nativos y que son altamente inflamables y perjudiciales a los suelos. Con este desastre queda evidente que también son perjudiciales y hasta fatales para todos los campos chilenos, sobre todo en la zona centro y sur, dónde hay una importante densidad rural.
Claro, en este momento, el objetivo mayor debe ser el de controlar y apagar los incendios, pero eso no puede minimizar la necesidad urgente de terminar con la actual política forestal vigente desde 1974, pues demuestra que sólo ha sido beneficiosa para las grandes empresas forestales y totalmente nefasta, y ahora fatal, para miles de personas en el campo y para el medio ambiente.
Han sido los pequeños productores, pequeños agricultores y ganaderos los perjudicados por esta catástrofe, enumerar a todos las zonas siniestradas es todavía imposible, pues los incendios continúan y la información aún es muy parcial. La única certeza es que el desastre forestal ahora ha golpeado fatalmente al campo chileno, sus gentes y paisajes.
Es hora de que, más allá de la ayuda necesaria que vendrá, se ponga fin a la invasión forestal que se ha diseminado por gran parte del país, sobre todo en el campo pero que también afecta a muchas ciudades que están literalmente cercadas por monocultivos altamente inflamables y cuyos propietarios no tienen implementados los resguardos necesarios para proteger sus propias plantaciones y muchos menos a terceros en caso de siniestros.
Hay una pérdida enorme con los campos quemados y viñas patrimoniales de más de 150 años siniestradas, pero dadas las dimensiones de los incendios hay que augurar para que no se pierdan más vidas. Más que nunca hay que valorar y apoyar a los pequeños productores de nuestro campo chileno.
(todovinos.cl – Alejandro Tumayan)